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VIBRAR, LATIR, SENTIR. COMO SE VIVIÓ DESDE ADENTRO EL CHOQUE ENTRE IRLANDA Y SUDÁFRICA

VIBRAR, LATIR, SENTIR. COMO SE VIVIÓ DESDE ADENTRO EL CHOQUE ENTRE IRLANDA Y SUDÁFRICA

Estar en el Stade de France para presenciar el duelo entre Sudáfrica e Irlanda fue una experiencia que por mucho tiempo no olvidaré. Pasaron unos días desde aquel memorable sábado dónde en París chocaron los planetas. Y todavía replican en mi cabeza, no puedo sacármelo de la mente, afloran a cada momento esas sensaciones que por el privilegio de haber estado allí, debo compartir, debo contarlas...

La atmósfera, la tensión, la previa, el post. La marea verde que le dio color y pasión a la noche de Saint Denis, el orgullo de los sudafricanos por mostrar las tres Copas del Mundo en las mangas de sus camisetas, lo mismo que nos pasa a nosotros cuando lucimos las tres estrellas estampadas en la piel. 

Fue muy fuerte, hasta diría sensorial, una catarata de emociones que iban de un lado al otro del campo de juego. Afuera con la fiesta desde las tribunas, la música, los cánticos dónde “robaban” los del verde irlandés. 

En el campo de juego desde el minuto cero con una intensidad que impactaba, se escuchaban los choques de los jugadores desde las tribunas, como si estuviéramos allí, fue impresionante. 

La llegada a Saint Denis

La ida al estadio fue bien temprano, pasadas las cinco de la tarde, con cuatro horas de anticipación para retirar la acreditación y ver como llegaban los hinchas. 

El Metro estaba explotado de camisetas verdes. La línea 13 que nos depositaba en Saint Denis fue en medio de una peregrinación de irlandeses, los vagones no daban para más. La policía trataba de ordenar lo que era imposible, miles de simpatizantes vestidos de verde, impacientes por llegar al Stade de France. 

Entre apretujones y maniobras típicas de un maul, nos metimos en los vagones junto con ellos, uno sobre otro, sin espacio casi para respirar. Ellos entonaban sus típicas canciones de aliento para demostrar la confianza que trajeron a Francia. 

La primera reacción al ver nuestra credencial de periodista argentino fue de decepción por no haberle ganado a Inglaterra con un jugador de más. Ya se sabe la rivalidad que hay entre irlandeses e ingleses. Es ancestral, visceral, se lleva en la sangre. 

La segunda fue de confianza plena. ¿Cómo ven al equipo? les pregunté. ¿Podrán esta vez pasar los Cuartos de Final? -el karma de los irlandeses en los mundiales-. “Esta vez somos los número 1 del ránking” –me contestaron-. Además –esto corrió por mi cuenta- tienen un plantel de 33 jugadores dónde todos pueden jugar al mismo nivel. Otro me preguntó: ¿Cómo ves las posibilidades de hoy? Fifty-Fifty –les dije-. Y para terminar mi consulta sobre el número de irlandeses que llegaron a Francia para alentar: “somos 45.000” –me dijo uno con orgullo-. 

La llegada al estadio fue en medio de una ola verde. Con algunos sudafricanos mezclados, pero en amplia minoría. Cánticos, cervezas, mujeres y niños con los rostros pintados con los colores de la bandera: verde, blanco y naranja. Una fiesta, tal vez comparada con la que se vivó en el choque inaugural entre Francia y Nueva Zelanda.  


El partido

Irlanda y Sudáfrica colmaron todas las expectativas que tenía. Es más, creo que la sobrepasaron. Desde el minuto cero, la tensión, el nerviosismo y la incertidumbre nos acompañaron hasta que el neozelandés Ben O'Keeffe pitó el final. 

Ni hablar lo que fueron los himnos: “Ireland’s Call” erizó la piel, me hizo emocionar hasta casi las lágrimas. Ver el sentimiento, el compromiso de esos miles de simpatizantes vestidos de verde que sentían que ese era "su momento". 

Comparable con lo que es el hincha argentino, el que siempre está, sea dónde sea para ponerle el pecho al equipo, juegue como juegue. Fue, sin dudas, junto a la Marsellesa de la fiesta inaugural uno de los momentos más emotivos, hasta hora, de esta Copa.   

En la cancha hubo dos equipos que demostraron porqué son los número 1 y 2 del ránking, jugaron un partido memorable. En las tribunas robó Irlanda. En los momentos clave, cuando los Springboks se venían, no pararon de alentar, “Shoulder to Shoulder” y una ovación cada vez que Bundee Aki quebraba la línea de ventaja, Tadhg Beirne ponía adelante a su equipo o Jonny Sexton agarraba la pelota para patear a los palos o elegir el line. 

Sudáfrica no era menos. Tienen una fortaleza física que intimida, pero se nota que sienten la falta de su pateador habitual, Handré Pollard. Con los yerros de Mannie Libbok y Faf de Klerk pudieron ganar el partido.


El final     

Con el 13-8 a favor y la pesca del final en un ruck a cinco metros de su in-goal explotó Saint Denis. Irlanda lo había hecho. Le había ganado al Campeón Mundial. 

Después de eso todo fue una fiesta. Escuchar a todo el estadio corear “Zombie” interpretada por The Crunberries fue conmovedor. La piel de gallina ya era normal. No podía dejar de mirar de un costado al otro. Al lado, sobre mi derecha, tenía a un colega de Sri Lanka que cantaba, nos miramos y me dijo: “Incredible Match”. Del otro costado estaba una periodista sudafricana, que sufrió el partido como todos y se resignó a decirme: “They were better tan us” -fueron mejor que nosotros-.

Después empezaron a sonar “Swett Caroline” y “Don’t Stop Me Now” de Freddie Mercury. Entonces no pude dejar de pensar en lo que fui a buscar ese día. Tratar de ser imparcial, la regla de un periodista. Que en realidad no la había cumplido. Empecé a pensar en mi sobrina irlandesa, Juliya y en su padre Mark, que desde Dublin no dejó de escribirme todo el partido desde un pub. Sin dudas que hubiera querido disfrutar con ellos desde aquí ese inolvidable día. 


La desconcentración del estadio

Terminé mi crónica y la verdad estaba apurado. Eran casi las 12 de la noche y tenía que tomar el micro de las 2.25 de la mañana que me llevaba a Nantes, para seguir a Los Pumas. En realidad había llegado la noche anterior desde Saint-Etienne luego de ver a nuestro equipo superar a Samoa.

Salir fue casi como una misión imposible. Miles de irlandeses iban en caravana para dejar Saint Denis y regresar hacia sus moradas en los distintos lugares de Paris, copado de camisetas verdes. 

Tenía que ir a Pont de Lavallois, dónde el Flix Bus no te espera. Cincuenta minutos decía el Google Maps a través de los Metro 13 y 3. Creo que me llevó más de una hora llegar al primero, que tomé con desesperación entre miles de hinchas que seguían cantando. Algunos con cervezas en la mano, otros abrazados por la ilusión que les había generado su equipo. Los otros cantando. 

Llegué a Levallois casi a la 1.30 de la madrugada. Aturdido por lo que había vivido. Sin salir de la impresión que me había generado estar allí. A las 2.30 ya estaba en el micro rumbo a Nantes. Fundido de tres días sin dormir bien, feliz por el momento que había pasado.  

Ver Irlanda-Sudáfrica fue como estar en una final anticipada

Falta mucho todavía y todo puede pasar. También esperamos más de Los Pumas, que en realidad son la razón por la que estamos acá. Pero quien me quita lo bailado. Dentro de muchos años podré decir: vi el día que Irlanda le ganó a Sudáfrica en Paris

Y será un recuerdo inolvidable.                      




Fotógrafo: Hernando De Cillia

Fuente: Hernando De Cillia, desde París

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